Documentos Pastorales

Mensaje del Sínodo de Obispos de la Iglesia Greco Católica en Ucrania sobre la guerra y la paz justa en el contexto de las nuevas ideologías

Publicado el 10-03-2024

Exh. VA 24/044

 

“Rescata al oprimido de la mano del opresor” (Jer. 22,3)

 Mensaje

del Sínodo de Obispos de la Iglesia Greco Católica en Ucrania

sobre la guerra y la paz justa en el contexto de las nuevas ideologías

 

Ya está cerca su salvación para quienes le temen,

y Su Gloria morará en nuestra tierra. (Salmo 85,10).

 

 

Queridos en Cristo

 

Introducción

  1. Ya llevamos diez años viviendo en condiciones de guerra y, durante dos de ellos, Ucrania ha estado sumida en las llamas de una guerra de liberación de un ataque a gran escala por parte del agresor ruso. Los tiempos de guerra son extremadamente dolorosos y crueles: causan innumerables traumas a cada persona y a toda la sociedad. Cada día recibimos trágicas noticias sobre la muerte de ucranianos; muchos ya han perdido a sus familiares y amigos; somos testigos de la destrucción de lo más preciado para nosotros: nuestra Patria, nuestro bienestar familiar, nuestra felicidad, nuestros sueños. En tales circunstancias, es muy comprensible que una persona se sienta inclinada a ceder completamente a sus emociones: a la desesperación, a la desesperanza o a dejar que el odio reine en su alma. Estos sentimientos, la desesperación y el odio, nos esclavizan y violan la dignidad que nos dio el Creador. Los sentimientos de muchos ucranianos están bien expresados en las palabras del salmista David: “Mi alma está turbada sin medidaY Tú, Señor, ¿hasta cuándo?” (Salmo 6,4); “¿Hasta cuándo tendrá que agotarme mi enemigo? Ten compasión y escúchame, Señor, Dios mío” (Sal 13,4). Por un lado, una parte de la sociedad se hace indiferente, otras personas afectadas por la guerra, quizá en menor cantidad que muchas otras, tratan de ignorarla, como si quisieran olvidarla. Esta postura puede esconder tanto un mecanismo psicológico de autodefensa como una enfermedad moral de indiferencia.

 

  1. Ante todo, debemos darnos cuenta de que la victoria en la lucha contra un enemigo tan insidioso exige resistencia. No tiene nada que ver con la indiferencia o la desvinculación de aquello por lo que viven el país y el pueblo. Al contrario, la resistencia está siempre asociada a la actividad, al amor sacrificado que está dispuesto a servir durante un largo período de tiempo: “Después de la paciencia, pues, venga la obra perfecta” (St. 1,4). No se puede cubrir una larga distancia que requiere esfuerzos agotadores, con una corta explosión de sentimientos o entusiasmo de poca duración. No es de extrañar que el obispo metropolita Andrey Sheptytsky persuadiera a los jóvenes diciendo: “Una nación no avanza por acometer unos minutos, sino sólo por el esfuerzo incesante y los continuos sacrificios que llegan incluso hasta la sangre y la muerte de muchas generaciones”[1] . Esto lo entienden muy bien nuestros defensores, que vigilan y frenan al agresor cada día, durante muchas semanas y meses. Por eso convocamos a todos a seguir apoyándolos y también a realizar actos de Caridad concreta y activa. Además, con este mensaje queremos presentar algunos fundamentos y principios morales sobre los que se pueda construir una paz duradera y justa en nuestra Patria.

 

  1. Se hace absolutamente necesaria una comprensión clara de los fundamentos morales y espirituales que guíen nuestras acciones durante la guerra y sobre los que podamos luego construir nuestro futuro a su fin, una vez conquistada la justa paz. Es por ende esencial que nuestros esfuerzos sean duraderos en ese movimiento decidido hacia la victoria soñada. El cristianismo en general, y la Doctrina Social de la Iglesia Católica en particular, tienen una larga tradición de pensamiento teológico y filosófico sobre la paz y la guerra que es apropiada para las circunstancias actuales de nuestro país. Así pues, nuestro objetivo es compartir con la sociedad ucraniana y todas las personas de buena voluntad una parte real de estos tesoros.

 

4.    La guerra de Rusia contra Ucrania plantea nuevos retos y problemas a la centenaria tradición cristiana de entender la paz y la guerra. En el ámbito internacional, vemos apoyo a nuestro país, pero al mismo tiempo nos enfrentamos a una falta de comprensión de la profundidad y gravedad de los acontecimientos, con esperanzas de una fácil resolución del conflicto. A veces oímos demasiados llamamientos precipitados a la paz, que, por desgracia, no siempre van asociados a una adecuada exigencia de justicia. Se trata con ligereza la herida de mi pueblo, diciendo: ¡paz! paz!, pero no hay paz”, llama a nuestra conciencia el profeta Jeremías (6,14). Por eso, la doctrina cristiana sobre la paz y la guerra debe ser considerada en el contexto de la experiencia ucraniana contemporánea, para que así nos aporte los frutos deseados e ilumine nuestras aspiraciones y esfuerzos con la verdad del Evangelio. Este mensaje pretende, por una parte, ayudar a nuestro pueblo a ser más sabio y más fuerte enriqueciéndose con el antiguo pensamiento cristiano sobre la paz y la guerra y, por otra, contribuir a una mejor comprensión por parte de la comunidad internacional de los desafíos de nuestro tiempo y del lugar de Ucrania y de los ucranianos en el mapa espiritual del mundo moderno.

 

  1. Causas y orígenes de la moderna guerra rusa contra Ucrania

 

  1. Resulta imposible comprender las razones que motivan la guerra de Rusia contra Ucrania o encontrar los medios espirituales apropiados para alcanzar la victoria y una paz justa si no se logra comprender, en primer lugar, el trasfondo más amplio de los acontecimientos actuales. Es fundamental comprender los principios básicos de la justicia social, tanto en las relaciones sociales dentro de cada Estado de derecho, como en las relaciones internacionales y los fundamentos del derecho internacional. Las raíces de lo que está ocurriendo hoy, se remontan al menos al siglo pasado, o incluso mucho antes. El siglo XX fue testigo de la aparición de regímenes totalitarios en Europa, principalmente en Alemania y Rusia, que provocaron terribles guerras y numerosos crímenes contra la humanidad. La característica principal del totalitarismo es el menosprecio hacia la libertad y la dignidad humanas. En este sentido, los regímenes totalitarios representan una forma de organización estatal que, en la tradición intelectual cristiana, se denomina tiranía[2]. A lo largo de la historia de la humanidad, se han conocido tiranos, así como también la lucha contra ellos en defensa de la libertad, pero en el totalitarismo del siglo XX, la tiranía alcanzó dimensiones sin igual. Específicamente, en su afán por reprimir la libertad, el totalitarismo empleó medios técnicos modernos que no tenían parangón en épocas anteriores, (como la radio, el cine, armas avanzadas, y métodos sistemáticos de asesinato en masa, como las cámaras de gas, etc.). Estos medios técnicos permitieron un control absoluto sobre sus súbditos y condujeron a un número de víctimas sin precedentes, llegando a alcanzar decenas de millones. En segundo lugar, el totalitarismo empezó a controlar no sólo el comportamiento social, sino también la esfera privada de la vida. En esto se diferencia de otra forma de tiranía: el autoritarismo. Este último seguía dejando a la persona cierto espacio personal, siempre que fuese leal al gobierno. En cambio, los gobernantes totalitarios buscaron conquistar el alma, dominar por completo la personalidad humana: un súbdito de un Estado totalitario debe adorar a sus verdugos. El totalitarismo tiene un carácter pseudoreligioso: los tiranos del siglo XX destruyeron u oprimieron a la Iglesia porque competían con la religión y querían sustituir los valores espirituales de las religiones tradicionales por su propia ideología.

 

  1. Como resultado de la Segunda Guerra Mundial, uno de los dos principales monstruos totalitarios del siglo XX, la Alemania nacionalsocialista, fue derrotado. La ideología totalitaria nazi y sus crímenes fueron juzgados en Nuremberg. En las décadas siguientes, Alemania Occidental pasó por un difícil y doloroso proceso de purificación y se convirtió en un Estado democrático. En cambio, el segundo monstruo totalitario, la Unión Soviética, con Rusia comunista como su núcleo, no sólo no fue destruida, sino que se erigió en uno de los vencedores de la guerra, pretendiendo el título de principal liberador del nazismo. Así es que, uno de los cuatro jueces del Tribunal de Nuremberg, era un representante de la Unión Soviética. Y esto aun siendo que los crímenes de los gobernantes comunistas no fueron menores, fueron incluso mayores que los de los de los dirigentes de la Alemania nazi. Sin embargo, el Eclesiastés advertía: “Si el juicio sobre una mala acción no se ejecuta rápidamente, entonces el corazón humano está lleno de deseos de hacer el mal” (Proverbios 8,11). Por eso, después de 1945, la URSS incluso amplió su esfera de influencia geográfica y conquistó los países de Europa Central y Oriental, creando en ellos regímenes satélites y estableciendo el Bloque Oriental de Estados comunistas, que se oponía a los países del mundo libre. Fueron necesarios más de cuarenta años de Guerra Fría para que la Unión Soviética, comunista y atea, se desmoronase completamente a nivel ideológico, económico y social y finalmente dejara de existir.

 

  1. La caída de la Unión Soviética en 1991 marcó el inicio de la liberación de los países de Europa Central y Oriental que habían sido parte del bloque comunista. Este evento también representó una oportunidad para la libertad y una vida digna para los pueblos que habían vivido bajo regímenes socialistas en los confines de la Unión Soviética. Entre estos pueblos se encontraban los ucranianos, quienes finalmente lograron alcanzar su anhelado sueño que había perdurado siglos, el sueño de independencia y de establecer un Estado nacional propio. Es importante destacar el papel fundamental que desempeñó nuestra Iglesia en este proceso. A pesar de haber sido prohibida y perseguida por las autoridades comunistas durante décadas tras la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Greco Católica desempeñó un papel crucial y se convirtió en uno de los motores más importantes del cambio en Ucrania: La lucha por la legalización de la Iglesia Greco Católica Ucraniana en 1989-1991 fue una importante contribución a la destrucción del imperio ateo soviético y, tras la independencia, los fieles de nuestra Iglesia trataron de apoyar espiritualmente al nuevo Estado-nación y fueron partidarios consecuentes de su renuncia al pasado comunista totalitario. El camino hacia la verdadera libertad y la liberación del legado negativo del siglo XX ha sido largo y difícil para nuestro país. A pesar de los desafíos, se han alcanzado logros significativos, como el desarrollo de una sociedad civil fuerte en Ucrania. Ejemplos destacados fueron la Revolución Naranja en 2004, la Revolución de la Dignidad en 2013-2014 y la valiente lucha actual contra la agresión rusa. La Iglesia Greco Católica Ucraniana es parte integrante de la sociedad civil y, por lo tanto, no puede permanecer al margen de sus legítimas aspiraciones de influir en el poder estatal, promover una democracia justa, y salvaguardar el Estado de derecho y la dignidad humana.

 

8.    Tras el colapso del bloque comunista, el mundo libre cometió un gran error de no exigir a la Rusia postsoviética, reconocida como la sucesora de la Unión Soviética, que condenara completamente los crímenes del período comunista. Además, no se presionó a los nuevos gobernantes rusos para que llevaran a cabo la descomunización, la depuración y la limpieza del Estado de las secuelas del totalitarismo. A diferencia de lo sucedido en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, Rusia no hizo nada parecido. Muchos en el mundo priorizaron la economía sobre los valores espirituales al pensar que la democratización en Rusia surgiría naturalmente, como por sí mismo, con el desarrollo empresarial, la influencia económica creciente y el comercio con naciones libres. Se esperaba que estrechar lazos económicos con Rusia promoviera la confianza y una paz duradera. Sin embargo, estas expectativas se vieron frustradas cuando el Kremlin aprovechó la situación para acumular recursos en preparación para conflictos futuros. Con el tiempo, las democracias del mundo han aprendido, tal vez sin tomar conciencia, a aplicar un doble estándar en sus relaciones con Rusia en aras de beneficios económicos, lo que contradice los principios cristianos de amar sinceramente, “aborreced el mal y abrazad el bien”. (Romanos 12,9). La Biblia frecuentemente contiene advertencias sobre el peligro de subestimar el poder del mal y esperar ingenuamente que desaparezca por sí solo. “Sed sobrios y velad, porque vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar” (I Pe. 5,8). Sin embargo, estas advertencias no fueron tenidas en cuenta, por lo que no sólo el totalitarismo soviético evitó su “Nuremberg”, sino que la comunidad internacional no desarrolló mecanismos para identificar rápidamente el peligro y responder a una posible repetición de las tragedias del siglo XX. Todo ello tuvo consecuencias fatales: hoy estamos ante un intento de restaurar en Rusia el totalitarismo agresivo y militarista en su nueva forma híbrida o postmoderna.

 

9.    La nueva tiranía rusa del siglo XXI comparte similitudes con los totalitarismos del siglo XX, principalmente al ser un enemigo implacable de la libertad y la dignidad humanas. Al igual que los regímenes totalitarios del pasado reciente, emplea tecnología avanzada, más moderna y busca subyugar no solo los cuerpos, sino también las almas de las personas. Aunque esta tiranía moderna parece menos brutal que el totalitarismo comunista y nacionalsocialista a simple vista, en realidad transforma los aspectos totalitarios en formas más sutiles y peligrosas, que pueden denominarse híbridas. La primera característica del nuevo totalitarismo ruso es que no necesita una ideología en la forma que tenían el comunismo y el nacionalsocialismo, con su propia “sagrada escritura”, es decir, un cuerpo de textos “canónicos” de líderes e ideólogos que expongan una teoría más o menos coherente del futuro para alcanzar algún “gran objetivo” utópico. Tal ideología, aunque defectuosa y fea, seguía queriendo tener su propio “código moral” y utilizaba la fraseología de la justicia social. Por el contrario, el totalitarismo ruso moderno no pretende tener un contenido positivo ni una teoría coherente; es propaganda del nihilismo en sus peores formas, y su objetivo es la corrupción moral del hombre, su deshumanización para convertirlo en un instrumento de crímenes contra la humanidad indiferente a los valores morales. Trata de socavar la fe en cualquier principio moral y tienta a sus súbditos con la oportunidad de cometer impunemente actos de violencia contra otros. Afirma que el mundo entero está gobernado únicamente por la fuerza bruta, el engaño y el interés propio. Propone diversas teorías conspirativas de una conspiración global contra Rusia, y las utiliza para justificar cualquier crimen cometido por las autoridades rusas contra otras naciones. En su culto al líder, su militarismo, su corporativismo, su abierta propaganda de la violencia brutal y su énfasis en su propia superioridad nacional y racial, la moderna tiranía moscovita tiene mucho en común con el fascismo del siglo pasado, por lo que no es de extrañar que se haya encontrado la acertada palabra “rashismo” para describirla.

 

10.  La segunda característica del moderno totalitarismo híbrido ruso es la calidad cualitativamente superior de las herramientas técnicas. Las herramientas utilizadas por los tiranos del siglo XX evolucionaron radicalmente en las últimas décadas; la cultura y la tecnología han subido muchos niveles. El racismo de Moscú utiliza eficazmente los logros de la tecnología de la información, incluidas las redes sociales. La revolución digital, la revolución tecnológica, ayuda en cierta medida a la propaganda rusa a crear una realidad diferente, virtual, que difiere radicalmente de la realidad, e incluso la distorsiona. En sus acciones prácticas, al producir las así llamadas “fake news” y postular la postverdad, la propaganda rusa moderna se beneficia de algunos de los movimientos más radicales del postmodernismo filosófico de finales de siglo, que niega la existencia de una verdad que es objetiva y que se puede verificar; movimiento filosófico que afirma que no existen fundamentos naturales de la moral y del derecho. Por eso, la tiranía rusa moderna puede calificarse no sólo como totalitarismo híbrido, sino también como totalitarismo postmoderno.

 

11.  En el caso de Ucrania, todas estas características del totalitarismo híbrido se superponen a otro factor extremadamente importante: el legado colonizador de la Rusia imperial zarista. La mayor parte del territorio en el que vivían los ucranianos fue conquistado y subyugado por Moscovia, la entidad estatal que pasó a denominarse Imperio Ruso, entre la segunda mitad del siglo XVII y mediados del XVIII. Desde entonces, las autoridades rusas han prohibido y reprimido la cultura, la lengua, la Iglesia y la identidad ucranianas; han afirmado que los ucranianos son sólo una parte más joven, pequeña y secundaria del pueblo ruso. Como indican numerosos textos públicos y discursos de dirigentes y propagandistas rusos contemporáneos de alto nivel, hoy en día esta ideología imperial tradicional moscovita ha adquirido un carácter militante y radical; y aboga por la destrucción completa del Estado ucraniano y de la identidad ucraniana como tal. La guerra emprendida por Rusia contra Ucrania tiene todas las características de una guerra neocolonial en el continente europeo con claros signos de genocidio. La destrucción de los ucranianos se ha convertido en un programa político de los dirigentes rusos. Esta obsesión cuenta con el respaldo de una parte significativa de la población del Estado agresor, lo que refleja la situación problemática de la sociedad rusa. Por eso, los llamamientos a un compromiso con Rusia, que Ucrania escucha de vez en cuando de parte de algunas figuras de la comunidad internacional, incluso de representantes del entorno religioso, carecen de base real y demuestran una falta de comprensión de la situación en la que se encuentran los ucranianos. El problema radica no sólo en que tales llamamientos son inmorales, ya que hacen caso omiso de los principios de respeto de la dignidad humana y de una paz justa, sino también en que: no se puede llegar a un compromiso si una de las partes niega la existencia misma de la otra. Rusia obliga a Ucrania a defenderse militarmente. Esta guerra representa la lucha de la nación civil ucraniana por su derecho a existir y decidir su futuro, por la independencia, libertad y dignidad de sus ciudadanos.

 

II. Del “Mundo Ruso” al “Rashismo” - el camino de la degradación del estado agresor

 

12. Lo que se ha dicho sobre el totalitarismo híbrido ruso contemporáneo se sigue también sobre una actitud característica hacia la religión y la Iglesia. En Rusia, la ortodoxia en su forma moscovita se emplea hoy para llenar el vacío ideológico dejado por la caída del comunismo. La religión se ve como un medio para fortalecer el poder estatal y convertirlo en una herramienta política. Al mismo tiempo, los símbolos del período comunista están extrañamente mezclados con los paradigmas mentales del imperio zarista. La Iglesia Ortodoxa Rusa tiene una larga tradición, y podemos decir centenaria, de servir al gobierno ruso en sus diversas formas históricas que a veces han sido opuestas entre sí: desde los ortodoxos del zarato de Moscú y del Imperio Ruso hasta la Unión Soviética atea y comunista. En todas estas formaciones estatales, los dirigentes de la Iglesia Ortodoxa Rusa buscaron la unidad con las autoridades políticas y así disfrutar de una posición privilegiada. Por lo tanto, no debería sorprender que el Patriarca de Moscú apoye y bendiga la guerra criminal de Rusia contra el pueblo ucraniano. Tales acciones están en consonancia con la tradición moscovita del servicio ideológico de la Iglesia a las autoridades y su servilismo a quienes ostentan el poder. Desgraciadamente, ahora esta antigua tradición imperial, combinada con el moderno totalitarismo postcomunista, ha dado lugar a un verdadero crimen cometido por la cúpula del Patriarcado de Moscú: la propaganda en favor de la guerra. Fue esta cúpula eclesiástica la que dio a luz a la nueva ideología genocida que ahora se conoce como “el mundo ruso” y la que voluntariamente ofreció sus servicios a las autoridades criminales y las bendijo. Asistimos con gran dolor a esta profunda caída moral del Patriarca de Moscú y de sus partidarios religiosos, porque compromete al cristianismo como tal y mina la confianza de nuestros contemporáneos en la Iglesia y en todos aquellos que utilizan el nombre de Cristo. Por eso, hoy se hace especialmente urgente para todos poner a prueba los espíritus (cf. I Jn 4, 1) para poder distinguir entre la ideología política oculta en una retórica pseudocristiana y la verdadera fe en Cristo.

 

13.  Durante muchos años, la sociedad ucraniana ha intentado transmitir a la comunidad internacional que en Rusia está surgiendo una nueva ideología agresiva, mezcla de resentimiento, nacionalismo y mesianismo pseudoreligioso. Sin embargo, durante todo el tiempo que precedió a la guerra, nadie nos escuchó. Esta ideología, que las autoridades rusas denominaron “mundo ruso”, se estableció en Rusia como la oficial y única correcta, y el papel del Patriarcado de Moscú en la creación y promoción de esta ideología es ahora bien conocido e indiscutible. Es la Iglesia Ortodoxa Rusa la que ha dotado a la ideología del mundo ruso de un espíritu casi religioso, presentando a Rusia como el último bastión del cristianismo en la tierra, que resiste a las fuerzas del mal. Al mismo tiempo, la Iglesia Ortodoxa Rusa dota a las armas nucleares más mortíferas de la tierra de un estatus casi sagrado.

 

14.  La doctrina casi religiosa del “mundo ruso” es la que proporcionó la justificación ideológica para la agresión a gran escala de Rusia contra Ucrania. Esta agresión ha sacado a la superficie toda una serie de cuestiones que deberían haber quedado en el pasado. Por ejemplo, parecería intentar ideologizar el cristianismo relacionándolo con países, naciones concretas o ambiciones políticas. Cosas que hace tiempo que pasaron a la historia, ya que esa instrumentalización contradice la esencia misma del cristianismo. A pesar de esto, el mundo observa cómo Rusia utiliza de manera brutal símbolos cristianos e imágenes evangélicas para justificar la violación del orden internacional, el ataque a un Estado soberano y el asesinato en masa. El profeta Jeremías dijo de tales engaños “Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron para la verdad. Se han hecho fuertes en la tierra, pero no por la verdad” (9,2).

 

15.  Es importante para los cristianos de todo el mundo que la doctrina del “mundo ruso” sea condenada por numerosos representantes de la propia comunidad ortodoxa. En particular, un grupo de casi 350 teólogos ortodoxos de todo el mundo la calificó de herejía y de “vil doctrina que no tiene justificación”[3] . Según estos teólogos, la base de la ideología del mundo ruso es la falsa doctrina del etnofiletismo[4]. Así como también “denuncian a todos los que abrazan el cesaropapismo[5], sustituyendo la obediencia completa al Señor crucificado y resucitado por la obediencia a cualquier líder de paso que esté dotado de autoridad y afirme ser el ungido de Dios, independientemente del título por el que se le conozca: “César, emperador, zar o presidente”. Y, concluyen los teólogos, “si tales falsos principios se consideran válidos, entonces la Iglesia Ortodoxa deja de ser la Iglesia del Evangelio de Jesucristo, de los Apóstoles, del Credo de Nicea-Constantinopla, de los Concilios Ecuménicos y de los Padres de la Iglesia y así la unidad se hace intrínsecamente imposible”[6] .

 

16. El Llamamiento de las Iglesias Cristianas de Ucrania para condenar la ideología agresiva del “mundo ruso” afirmó que el Patriarca Cirilo Gundiáyev de la Iglesia Ortodoxa Rusa, así como también la Iglesia Ortodoxa Rusa misma, han sido y siguen siendo uno de los principales creadores y propagandistas de la ideología del “mundo ruso”, ideología que considera la “civilización rusa” como algo exclusivo, así como su necesaria separación y enfrentamiento hostil con los demás. Sin embargo, una postura que excluye o separa a los demás por motivos de origen étnico o por su pertenencia cultural, no concuerda con los fundamentos de la fe cristiana como tal. Incitar al odio y hacer la guerra sobre la base de la ideología del mundo ruso viola los principios cristianos y contradice las normas espirituales que se supone que encarna la Iglesia. Esta ideología constituye hoy un desafío a la predicación del Evangelio en el mundo moderno y destruye la credibilidad del testimonio cristiano, sea cual fuere su denominación.”[7]

 

17. Con el tiempo, esta doctrina casi cristiana se degradó hasta convertirse en una ideología rashista en toda regla, con su culto al líder y a sus muertos, su pasado mitologizado, su corporativismo de corte fascista, la censura total, las teorías de la conspiración, la propaganda centralizada y la guerra para destruir a otra nación. El rashismo parece combinar todas las construcciones ideológicas anteriores, desde la Moscovia con sus ideas mesiánicas de la “Santa Rusia” y la “Tercera Roma” hasta terminar en la URSS con su imperialismo agresivo y su deseo de dominación mundial.

 

18.  La degradación de la naturaleza cristiana de la Iglesia Ortodoxa Rusa puso de manifiesto varios puntos débiles de lo que ha sido el diálogo ecuménico durante todos estos años hasta la fecha. Los participantes de este diálogo, aun teniendo buena voluntad, buenas intenciones, permanecieron sordos a las advertencias que se les hacían de que el Patriarcado de Moscú, continuaba al igual que en los tiempos de la URSS, instrumentalizando este diálogo. Al fin con el tiempo llegó un punto en que esta instrumentalización se hizo patente, y esta fórmula casi ideológica del “diálogo a cualquier precio” se volvió contraria al principio evangélico del “diálogo en la verdad”.

 

19.  A esto podemos añadir que la práctica europea de la “realpolitik”, que se doblegó más de una vez con gran admiración ante las grandes potencias, tampoco justificó el proceder de su elección. Consideraron un planteamiento razonable y que tenían que tener en cuenta las realidades de la vida. Sin embargo, tal postura es más bien un signo de perdición y un reconocimiento de la supuesta incapacidad del Evangelio para iluminar los caminos de la vida humana, por donde son “la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida” (I Juan 2,16) quienes conducen a las personas. Hoy, el mundo necesita la voz profética de la Iglesia, que hable el lenguaje de la justicia, se ponga de parte del ofendido, y que avergüence y condene al agresor.

 

20. La    incapacidad del mundo cristiano para encontrar soluciones espirituales e ideológicas adecuadas a estos desafíos de Rusia, se debe en parte a que los postulados cristianos actuales en la comunidad internacional también han sufrido una cierta ideologización. La fidelidad evangélica a la verdad, que en una situación de confrontación violenta con el mal se convierte en la espada de Cristo (cf. Mateo 10,34), ha cedido el paso a la ideología de lo políticamente correcto, que crea la ilusión de la posibilidad de apaciguar el mal. La conclusión razonable de que sólo Dios tiene la verdad absoluta se ha convertido en una trampa de relativismo ético, que da legitimidad incluso a mentiras deliberadamente construidas. Por eso es tan importante que los cristianos reflexionen críticamente sobre sus percepciones anteriores para volver a encontrar la verdad en la espesura de las ideologías modernas y restaurar así su capacidad de “oír Su voz” (Juan 18,37).

 

21.  Los desafíos actuales planteados por la doctrina del así llamado “mundo ruso” y el giro hacia el relativismo están causando una gran confusión espiritual e ideológica en la comunidad humana, haciendo que muchas personas e incluso algunos gobiernos pierdan la capacidad de distinguir entre la verdad y el engaño, entre el bien y el mal. La tragedia de la guerra actual es que justamente es el lenguaje de los valores espirituales el que está amenazado, ya que Rusia y otros regímenes autoritarios utilizan este lenguaje para persuadir a los corazones de la gente a cometer pecados terribles: “tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia” (II Tim. 3,5). Por ejemplo, el concepto de “guerra espiritual” ha adquirido un significado distorsionado en Rusia y está desacreditado en un momento en que la confrontación espiritual con el mal se está convirtiendo casi en el único medio de salvar a la humanidad.

 

22. La manipulación ideológica de esta doctrina del “mundo ruso” conduce no sólo a un detrimento en el plano ideológico, sino también en el de la pastoral. Aunque aparentemente defiende los intereses del pueblo ruso y lo eleva por encima de otras naciones, esta doctrina en realidad deja a su pueblo sin atención pastoral. Las almas de los rusos oyen la voz del César terrenal en lugar de la voz de Dios y, por tanto, quedan indefensas ante los demonios de la historia rusa. Así, en un sentido espiritual, el rebaño de esta Iglesia queda abandonado a su suerte.

 

III. Resistencia no violenta

 

23.  Mirando a Cristo y siguiendo el aliento de sus discípulos y apóstoles, muchos de los primeros cristianos eligieron un camino espiritual que ahora se conoce como resistencia no violenta. Estaban convencidos de que el ejemplo de perdón y misericordia de Jesús, su negativa a defender su vida mediante la resistencia física, era una llamada ética que excluía un discipulado que no aceptara el derramamiento de sangre. Este fue el camino que siguieron los antiguos príncipes kyivanos Borys y Hlib, que se negaron a participar en luchas dinásticas y a defenderse por medios violentos (cf. Mt. 26,52). Por este hecho espiritual heroico, la Iglesia kievita los proclamó como a unos de los primeros santos de la tierra de Kyiv.

 

24.  A lo largo de la historia, esta forma de oposición a la agresión adoptó formas y concreciones prácticas diferentes. En particular, en la Edad Media, hubo llamamientos de quienes pretendían renovar la Iglesia para volver a la abstinencia preconstantina de cualquier forma de autodefensa que implicara el uso de armas. Los movimientos no violentos del siglo XX también son ampliamente conocidos en la actualidad.

 

25. En la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, los Padres del Concilio Vaticano II afirmaron: “Movidos por el mismo Espíritu, no podemos dejar de alabar a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa, que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad”[8] . Pensamientos similares se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica[9] . Y en el Catecismo de la Iglesia Greco Católica Ucraniana “Cristo es nuestra Pascua” donde leemos: “La guerra es un crimen contra la vida porque trae sufrimiento y muerte, dolor e injusticia. La guerra no puede considerarse un medio para resolver los conflictos. Para ello existen otros medios acordes con la dignidad humana: el derecho internacional, el diálogo honesto, la solidaridad entre los Estados, la diplomacia”.[10] Por tanto, desde los tiempos de este Concilio, la Iglesia ha insistido en el derecho de toda persona a la opción moral y al discernimiento en tiempos de guerra.

 

26. Esta tradición de resistencia no violenta se ha convertido en una parte importante de la experiencia espiritual de la humanidad, pero no puede considerarse como la única con legitimada por el Evangelio. San Agustín señaló con razón “Si la doctrina cristiana definiera todas las guerras como pecado, entonces a los soldados que pedían consejo sobre cómo salvar sus almas se les habría dicho en el Evangelio que debían deponer las armas y negarse a servir. Pero se les dijo que nunca cometieran violencia o engaño y que se conformaran con su paga[11] (cf. Lucas 3,14). En otras palabras, el servicio militar debe ser un servicio de paz y justicia para el bien común.

 

27. El Evangelio es pacífico y pacificador, pero no pacifista (en el sentido moderno del término). No suprime el deber del Estado de proteger la vida y la libertad de sus ciudadanos. Al fin y al cabo, como decía el santo apóstol Pablo, no en vano lleva espada el Estado “no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal.” (Romanos 13,4). Una persona tiene derecho a un juicio justo, a la legítima defensa, a la inviolabilidad de su salud y de su vida, y la tarea del Estado es proporcionar todas las condiciones para el ejercicio de estos derechos. Por eso Dios ha dado al Estado el poder de detener la violencia, proteger a los inocentes, preservar la paz y llevar a los criminales a la justicia. Para ello existen estructuras de poder y fuerzas armadas. Hay que distinguir entre fuerza y violencia, porque no todo uso de la fuerza es violencia. El Estado debe ocuparse de que haya un juicio justo, porque su tarea es garantizar que se haga justicia. Si el Estado anima a la gente a hacer cosas contrarias a su conciencia, debemos guiarnos por lo que enseñan las Escrituras: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5,29)[12] .

 

28.  Es sumamente importante entender las palabras de Jesús sobre poner la otra mejilla (Mateo 5,39) y amar a nuestros enemigos (Mateo 5,44) en su contexto y correctamente. Podemos perdonar los insultos personales, pero no tenemos derecho a callar cuando vemos violencia dirigida contra otras personas. Además, hay pruebas en las Escrituras de que los ofendidos no guardaron silencio cuando se cometió violencia contra ellos. Por ejemplo, Jesús dijo: “¿Por qué me golpeas?” (Juan 18,23), y San Pablo advirtió a su agresor: “¡Dios te golpeará, sepulcro blanqueado!” (Hechos 23,3). Por tanto, perdonar no significa aprobar tácitamente las acciones del agresor y someterse al mal, sino derrotarlas por el poder de Cristo. Se hace ver que el cristiano confía a Dios el restablecimiento de la justicia, pues “yo tomaré venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Rom. 12,19).

 

29.  Los pacifistas contemporáneos, ignorando por completo los fundamentos evangélicos de la objetividad de la Verdad, suelen ver la paz como fruto del apaciguamiento del mal o del compromiso con él. Sin embargo, en 1979, en Irlanda, el Papa San Juan Pablo II afirmó que la paz es el resultado de la adhesión a “principios éticos”[13] . Esto concuerda plenamente con la tradición profética: “Y la obra de la justicia será la paz, y el fruto de la rectitud será la paz y la seguridad eterna” (Isaías 32,17). Y en 1981, el mismo Papa expresó su convicción de que “las guerras surgen como consecuencia de invasiones o como resultado del imperialismo ideológico, la explotación y otras formas de injusticia”[14] .

 

30. Para lograr una paz aparente, los pacifistas suelen estar dispuestos -consciente o inconscientemente- a eximir de responsabilidad a los destructores de la paz. Los argumentos varían y a veces son incluso de una alta moral, como por ejemplo el deseo de evitar más víctimas humanas. Este es el argumento que se esgrime a menudo en el contexto de la agresión a gran escala de Rusia contra Ucrania. Las palabras del apóstol San Pablo deberían servir de advertencia a los creadores de esta falsa paz: “Exactamente como dicen: Paz y seguridad, y de repente vendrá sobre ellos la destrucción...” (I Tesalonicenses 5,3). Porque el agresor llega a la conclusión de que su violencia se convierte en su derecho legal, y así intenta por todos los medios conseguir el reconocimiento de este “derecho al crimen”. Siempre con el pretexto de legitimar intereses geopolíticos y justificarlos. La falta de una condena y oposición adecuadas a tales actos por parte de la comunidad internacional y de los líderes eclesiásticos crea la ilusión del éxito de este modelo de comportamiento de todo un Estado, que no sólo no encuentra una oposición justa, sino que se está extendiendo rápidamente como modelo legítimo de relaciones internacionales. La fuerza del derecho internacional está siendo sustituida por la ley ciega de los fuertes. En lugar de respetar la dignidad y la inviolabilidad de la soberanía del sujeto del derecho internacional, se afirman “derechos” exclusivos y especiales de las potencias mundiales modernas, que se imponen en las relaciones internacionales como quienes pueden tener derecho a “patrocinar” a otros Estados soberanos o declarar directamente la pérdida del derecho a existir de un determinado Estado y un determinado pueblo. Esto socava la credibilidad del derecho internacional y de cualquier acuerdo de paz internacional basado en él. La cooperación internacional y la confianza mutua se paralizan, el mundo empieza a armarse y se sumerge cada vez más en una atmósfera de miedo, amenazas mutuas y ultimátums. Esta forma de imponer las relaciones interestatales en la actualidad, cuando se sacrifica la soberanía de los sujetos de derecho internacional en aras de apaciguar las pretensiones de una potencia mundial, es muy similar al clima internacional que reinaba en Europa y en el mundo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, el agresor vuelve a sentir la impunidad y juega con este miedo. Así, la experiencia de la actual agresión rusa demuestra que las consignas pacifistas de una paz sin principios, animan al agresor a continuar con la violencia. En este contexto histórico, el gesto profético de Ucrania de hace treinta años -su renuncia a las armas nucleares y su confianza en los firmantes del Memorándum de Budapest, un acuerdo internacional celebrado el 5 de diciembre de 1994 entre Ucrania, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos sobre garantías de seguridad para Ucrania en relación con su estatus no nuclear- es un gesto profético de confianza en el poder del derecho internacional por parte del pueblo cristiano y un manifiesto de sus aspiraciones nacionales a una seguridad y una paz justas. Hoy, este gesto merece una atención especial y una nueva comprensión.

 

31. Una de las principales razones del actual compromiso con el pacifismo es también el peligro cada vez mayor de guerra con el uso de armas nucleares. A menudo, en lugar de proclamar la inadmisibilidad de una guerra de este tipo y buscar formas de abandonarla por completo, se oyen teorías sobre los “límites de la legítima defensa” de los Estados no poseedores de armas nucleares y la “legítima rendición” para evitar posibles bajas. Sin embargo, ¿es realmente posible evitarlo deponiendo las armas ante el agresor? Ésta es una pregunta que se ha agudizado en el contexto de la agresión de Rusia contra Ucrania, y toda la comunidad internacional debe responderla. La hipotética elusión por parte de Rusia, una potencia nuclear, de su responsabilidad por una violación criminal del derecho internacional y un ataque a un Estado soberano no hará sino acelerar el crecimiento del número de potencias nucleares en el planeta. Ahora, tras el inicio de la agresión a gran escala de Rusia contra Ucrania, los Estados no poseedores de armas nucleares se sienten más vulnerables que nunca ante las potencias que poseen armas nucleares mortíferas. Y si tenemos en cuenta la incautación y el bombardeo de centrales nucleares ucranianas por parte de Rusia, la situación se vuelve aún más lóbrega. ¿Cómo podemos hablar hoy de seguridad internacional cuando un Estado que es miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y posee uno de los mayores potenciales nucleares del mundo, para lograr sus objetivos agresivos, supone una amenaza para esta seguridad y recurre a un chantaje nuclear descarado ante toda la comunidad internacional? El profeta Miqueas escribió sobre un comportamiento tan brutal: “Codician los campos, y los saquean; saquean las casas, y se las llevan. Se llevarán a un hombre con su casa, a un hombre con su herencia” (2,2).

 

32. La observancia del Decálogo es una condición necesaria para una sociedad justa, y la guerra es una flagrante violación de los mandamientos de Dios. Como afirma la citada constitución “Gaudium et Spes”, “Toda acción bélica que tienda indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones.”[15] . ¿Puede la comunidad humana dejar sin condena y responsabilidad el genocidio de ucranianos que el ejército ruso ha organizado en Bucha, Borodyanka, Irpin, Mariupol y muchos otros territorios ocupados de Ucrania? ¿Quién defenderá a las víctimas y a sus familias? El grito actual de los ucranianos a la comunidad internacional pidiendo justicia cuenta con el pleno apoyo de la Iglesia, que siempre ha hecho y sigue haciendo una opción a favor de los ofendidos. Esta es la esencia del mandato de Nuestro Señor Jesucristo y su advertencia contra la injusticia, que no viene por sí sola: “He aquí que concibió la injusticia, se preñó de maldad y concibió la maldad” (Sal 7,15).

 

IV. Guerra defensiva y legítima defensa

 

33.  Desde los tiempos de San Ambrosio de Milán (340-397) y de San Agustín (354-430), la Iglesia se ha guiado por lo que hoy se conoce como la teoría de la guerra justa dadas las realidades del mundo de pecado en el que vivimos. Este planteamiento excluye toda agresión no provocada y todo uso inmotivado de la fuerza, y contiene también las reglas de la guerra.

 

34.  Muchos pensadores cristianos han reflexionado sobre estos principios a lo largo de la historia. La clara presencia del mal en la historia ha llevado a darse cuenta de que la defensa del prójimo y de la propia supervivencia requiere la necesidad de resistir la agresión armada. Reflexionando sobre la experiencia de la Primera Guerra Mundial, el justo obispo metropolita Andrey Sheptytsky habló claramente del derecho de cada pueblo a la autodefensa y a “la defensa permisible de su propia tierra, sus propias familias y sus propios hogares”[16] . Para garantizar que la defensa no se convierta en violencia y cumpla los criterios de proporción de dicha autodefensa, se desarrollaron ciertos principios de la guerra defensiva justa o, como decimos hoy, los principios de la legítima defensa. El progreso científico y tecnológico, que condujo al desarrollo de nuevas armas más peligrosas y, por tanto, de nuevas amenazas, así como a la aparición de nuevas formas de organización social, no pudo no afectar a la evolución de la teoría de la justicia en una guerra de este tipo. El proceso de replanteamiento de algunos de sus aspectos fue particularmente activo tras el final de la Segunda Guerra Mundial. El Papa Pío XII (1939-1958) consideró justas las guerras defensivas y subrayó que las demás naciones tienen el deber de no abandonar a un país en apuros que está siendo atacado. Los Padres del Concilio Vaticano II afirmaron en la constitución Gaudium et Spes que “Mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de medios eficaces, una vez agotados todos los recursos pacíficos de la diplomacia, no se podrá negar el derecho de legítima defensa a los gobiernos.”[17] .

 

35. Tras la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas, el derecho internacional dejó de funcionar con el concepto de “guerra justa” y pasó a prohibir totalmente la guerra. Según la Carta de las Naciones Unidas, se declara ilegal el uso de la fuerza armada contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, y se decidió que todas las controversias entre Estados se resolverían por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la justicia[18] . Posteriormente, la Resolución 3314 (XXIX) “Definición de agresión”, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 14 de diciembre de 1974, declaró que ninguna consideración de índole política, económica, militar o de otro tipo puede justificar un acto de agresión[19] .

 

36. El uso de la fuerza sólo está permitido por decisión del Consejo de Seguridad de la ONU en la medida necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales o en legítima defensa contra un ataque armado. Así, la Carta de la ONU estipula que el derecho a la legítima defensa individual o colectiva contra un ataque armado es innato, y la propia Carta no limita en modo alguno este derecho que es inherente[20] .

 

37.  San Juan XXIII trató de desplazar el centro de la discusión sobre la guerra y la paz hacia una construcción de la paz, pero no negó el derecho de las naciones a la autodefensa en caso de un ataque sin causa o provocación[21] . Por tanto, la Iglesia se distanció de la práctica del pacifismo ingenuo, que a menudo se convierte en ceguera moral a la hora de distinguir entre el bien y el mal. Además, San Pablo VI advirtió sobre “la insidia del pacifismo puramente táctico, que intoxica al enemigo a vencer y mata en las almas la comprensión de lo que es la justicia, el deber y el sacrificio”[22] .

 

38. La Iglesia Católica enseña que la legítima defensa armada contra un agresor injusto, así como la guerra en general, es siempre el último recurso ante el peligro. Así lo subraya el Catecismo de la Iglesia Greco Católica Ucraniana “Cristo es nuestra Pascua”: “El uso de la fuerza militar puede ser permisible sólo en casos de extrema necesidad como medio de legítima defensa permisible, y el soldado cristiano es siempre un defensor de la paz”.[23] Y el Catecismo de la Iglesia Católica esboza los elementos de una guerra defensiva justa: “Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez: que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto. Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces. Que se reúnan las condiciones serias de éxito. Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.”[24] , es decir, cuando han fracasado las negociaciones, el arbitraje, el compromiso y otros medios. Como ser racional, una persona está obligada, siempre que sea posible, a tomar decisiones basadas en el sentido común y la ley y no en la fuerza. Para que la defensa legítima sea justa, hay que tener en cuenta la seguridad de los civiles. Esta defensa tiene siempre un objetivo claramente limitado: una paz justa, no la destrucción completa de la población, la economía o las instituciones políticas del enemigo. Para lograr una paz justa, deben utilizarse medios limitados y proporcionados: las armas y la fuerza deben limitarse a lo absolutamente necesario para repeler la agresión y disuadir de futuros ataques.

 

39.  En su encíclica Fratelli Tutti, el Santo Padre Francisco advierte contra “una interpretación demasiado amplia” del derecho a la legítima defensa, que podría ser utilizada por algunos para ataques “preventivos” o acciones que causan más mal que el que hay que eliminar; también añade que “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible 'guerra justa'“[25] . Se trata de un argumento válido dada la forma en que la propaganda rusa justifica su agresión contra Ucrania. Sin embargo, ¿no indica esta manipulación por parte de Rusia la necesidad de desarrollar unos criterios de legítima defensa aún más claros y precisos, que imposibiliten al agresor hacerse pasar por víctima?

 

40. A la luz de las enseñanzas de la Iglesia Católica, las Fuerzas de Seguridad y Defensa             de Ucrania se dedican a la defensa legítima y legal del Estado y del pueblo. Hoy en día, no faltan pruebas de que Rusia no ha estado dispuesta a resolver sus diferencias con Ucrania en la mesa de negociaciones como con un socio igual y soberano. El país agresor rechaza el derecho propio del pueblo ucraniano a la existencia, así como el de su Estado como sujeto de derecho internacional, negándose a entablar diálogo y negociaciones con una Ucrania soberana. Es imposible “entablar un diálogo con alguien que no existe”, como repite constantemente la propaganda rusa. Según la ya mencionada nueva ideología rusa del rashismo, la “cuestión ucraniana” debe resolverse de una vez por todas mediante la destrucción completa de todo lo ucraniano. Desde 2014, Rusia ha llevado a cabo actos de agresión contra Ucrania que no fueron provocados por Ucrania. Primero ocupando la península de Crimea y luego lanzando una guerra por poderes en Donbás. En 2022, lanzó una invasión a gran escala y, utilizando una amplia gama de armas, destruyó sin piedad la infraestructura civil, aterrorizó y mató a civiles. El ejército ucraniano se enfrenta a una maquinaria militar extremadamente poderosa que utiliza toda una serie de armas sofisticadas y amenaza periódicamente con lanzar un ataque nuclear contra un país que no tiene defensa nuclear y al que garantizó la seguridad y la integridad territorial en 1994, mediante la firma del Memorándum de Budapest.

 

V. Neutralidad en tiempo de guerra

 

41.  La neutralidad, es cierto, puede ser el resultado de un buen juicio y análisis. Hay situaciones en las que un país no quiere ahondar en un conflicto debido a su implicación en él, o desea mediar entre las partes enfrentadas. Sin embargo, esa neutralidad tiene sus propios escollos: hay un límite más allá del cual esa postura se convierte en una traición a los propios valores y principios y sigue el juego del delincuente. Si la neutralidad está causada por la indiferencia, la cobardía o por una actitud parcial o interesada, se convierte en una opción moralmente errónea en lugar de ser una manifestación de comprensión profunda de las causas y consecuencias de una disputa (cf. Prov. 24:11-12; Mt. 12:30; Stg. 4:17; Ap. 3:15-16).

 

42.  Teniendo en cuenta tales situaciones, el Papa Pío XII, en su mensaje de Navidad de 1948, subrayó que, en caso de agresión injusta, “la solidaridad de la familia de las naciones prohíbe a los demás comportarse como meros espectadores, mostrando una neutralidad impasible”, y añadía que era imposible medir los daños “ya causados en el pasado por tal indiferencia ante las guerras de agresión” y que tal postura “sólo tranquilizaba y envalentonaba a los autores e instigadores de la agresión”[26] .

 

43.  En tiempos de guerra, la neutralidad debe abordarse con una comprensión muy delicada de los aspectos éticos y morales. Puede existir un deseo legítimo de evitar un mayor derramamiento de sangre o de facilitar una solución diplomática del conflicto. Sin embargo, la neutralidad no debe extenderse hasta el punto de convertirse en una aprobación pasiva de injusticias y crímenes, ya que existe el imperativo moral de oponerse a la agresión injusta contra cualquier país y de defender los valores en los que se basa la comunidad internacional. Las lecciones de la historia, como subrayó el Papa Pío XII, son un recordatorio conmovedor de que la indiferencia ante los actos de agresión puede tener consecuencias de largo alcance. Las naciones están obligadas a evaluar los límites de su neutralidad política, que no puede convertirse en neutralidad moral, pues de lo contrario se transformaría en una traición a los valores y principios fundamentales. En momentos tan críticos, la comunidad internacional debe superar la mera imparcialidad y trabajar activamente por la justicia, la paz y la preservación de la dignidad humana.

 

44.  La agresión rusa contra Ucrania no es una lucha por un territorio en disputa: es un ataque al derecho internacional y un crimen contra la paz. La guerra actual en Europa es un conflicto de identidades que suma cero, ya que los ucranianos tratan de preservar su independencia estatal y el derecho a ser ucranianos, mientras que los rusos tratan de revivir su propio imperio y de privar a los ucranianos de su derecho a existir como tales. Las atrocidades cometidas por el ejército ruso contra la población civil que el mundo entero está presenciando casi en directo, son un flagrante atentado contra la dignidad humana y un crimen de genocidio. Mantener una visible neutralidad en semejante situación es una traición a los valores de respeto, al derecho internacional, a la justicia y a la dignidad humana. Se trata de una postura basada en meros intereses, no en principios.

 

45.  La neutralidad artificial y formal anima a muchos a tratar a ambas partes beligerantes simétricamente, como política y moralmente iguales, ignorando las causas reales de esta guerra y sus circunstancias, por lo que está condenada al fracaso ético. Esta derrota también viene determinada por el hecho de que la guerra ruso-ucraniana es radicalmente diferente de los conflictos militares tradicionales. En esta situación, es imposible mantener la neutralidad moral; en vez de esto, hay que hacer una elección en favor de los valores pues: No se puede servir a Dios y a las riquezas (Mateo 6,24).

 

46.  Por supuesto, hay países en el mundo que, debido a una determinada trayectoria histórica o a las especificidades de su papel en la comunidad internacional, se declaran neutrales de forma permanente ante cualquier conflicto armado y, por tanto, se adhieren sistemáticamente a los principios a los que este estatuto les obliga. Entre tales Estados, ocupa un lugar especial la Santa Sede, cuya neutralidad positiva significa que va más allá de la observación y trata de facilitar el diálogo entre las partes en conflicto. Al servicio de la paz y de la cooperación internacional de la Sede Apostólica, es necesario distinguir dos tipos de neutralidad: la diplomática y la moral. Sin embargo, de ningún modo vemos neutralidad moral en las acciones de la Santa Sede. Por ejemplo, en el caso de la injusta agresión de Rusia contra nuestra Patria, la Santa Sede distingue claramente entre el agresor y la víctima de su ataque y siempre apoya a quien se convirtió en la víctima: el pueblo ucraniano.

 

47. Al mismo tiempo, la tradición milenaria del papel del obispo romano como árbitro supremo del mundo cristiano, es decir, una posición “por encima de las partes en guerra”, ha permitido al Vaticano desempeñar un papel importante y a veces decisivo, en la resolución de diversas situaciones de conflicto en todo el mundo, así como facilitar el establecimiento de canales para el intercambio de prisioneros y aliviar el sufrimiento de los civiles.

 

48.  No exageramos cuando nombramos la importancia de esta mediación en el contexto de la actual agresión de Rusia contra Ucrania, ya que muchas madres y esposas recuerdan con gratitud el papel del Santo Padre en la liberación de soldados capturados o de niños deportados. Estos hechos se vuelven especialmente elocuentes cuando los esfuerzos de mediación diplomática del Obispo de Roma se combinan armoniosamente con el lenguaje de la Fe, que tiene el valor de llamar mal al mal, curando las heridas humanas con esta palabra de verdad, como ocurrió, por ejemplo, el 8 de enero de 2024, durante un encuentro del Papa Francisco con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. En aquella ocasión, el Papa recordó a los participantes que fue Rusia quien desencadenó una guerra agresiva contra Ucrania y subrayó que los crímenes de guerra requieren una respuesta adecuada por parte de la comunidad internacional[27] .

 

VI. El objetivo de la defensa jurídica es una paz justa

 

49.  Al dirigir este mensaje a todas las personas de buena voluntad, queremos subrayar que es nuestro deber tanto cristiano como civil, defender la vida de nuestro prójimo, especialmente la de los niños, las mujeres y los ancianos y esto de la forma más valiente y radical posible: tomando las armas, entregando voluntariamente nuestras propias vidas, como enseñó Jesús: “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,13). Nos encontramos en una situación en la que tenemos que defender a las personas de aquellos que actúan como si no fueran seres humanos.

 

50. En la ética cristiana, una paz justa significa algo más que una victoria sobre la agresión. La ética de la guerra justa, que prevalece en el pensamiento cristiano sobre la guerra y la paz, se formó en la Edad Media, cuando la Iglesia utilizó el concepto de justicia: el deseo constante de dar a cada uno lo que le corresponde. Este concepto se ha convertido en la base del derecho internacional moderno, donde significa el derecho de las naciones y los pueblos a la independencia. Las raíces de la comprensión de la justicia se encuentran en la Biblia. En ella se significan relaciones justas que lo abarcan todo expresadas por el término hebreo tzadik y el griego dikaiosine. Esta justicia es coherente con los derechos y la ley, pero es más amplia, ya que también incluye virtudes como la donación y la misericordia. Alcanza su punto culminante en la reconciliación del mundo consigo mismo por medio de la cruz y la resurrección, que el apóstol San Pablo llama la justicia de Dios (cf. Rom. 3:21-26; II Tes. 1:6).                       

 

51.  Los ucranianos, por supuesto, quieren que la guerra termine cuanto antes y que llegue la paz tan anhelada. Los santos Agustín y Tomás de Aquino creían que el objetivo de una guerra justa es una paz justa. El Papa Pablo VI reiteró esta tesis en el Día de la Paz de 1972[28] . Por esto, el fin de la guerra no será verdadera paz si significa el fin de Ucrania.

 

52. El objetivo de la legítima defensa del propio pueblo y del Estado es garantizar una paz justa para todas las partes, por lo que la venganza, la conquista, el beneficio económico y el sometimiento son inaceptables. Una paz justa no puede ser ni el “apaciguamiento” del agresor ni la llamada “paz mínima”, que implica el reconocimiento de los territorios ocupados por el agresor. Esa paz [justa] debe ser duradera e inviolable, con el restablecimiento de los principios del derecho internacional e implica no sólo la derrota del agresor y el restablecimiento de la integridad territorial de Ucrania, sino también las medidas encaminadas a restablecer relaciones adecuadas entre Ucrania y Rusia y a curar las heridas causadas por la guerra: a revelar la verdad, a que se reconozca a los criminales, exige juicios penales internacionales, reparaciones, disculpas y pedidos de perdón políticos, memoriales, nuevas constituciones y foros locales de reconciliación.

 

53.  Para lograr una paz justa en Ucrania, las iglesias cristianas, las organizaciones internacionales y las instituciones políticas deben ser capaces de utilizar una retórica muy clara para condenar la agresión militar y los actos genocidas de Rusia contra Ucrania, y para garantizar que los criminales de guerra sean procesados. Porque el mal impune sigue causando aún más daño.

 

54.  Las numerosas víctimas que Rusia ha causado en Ucrania a lo largo de la historia, incluso en el siglo XX, y desde la invasión a gran escala del 24 de febrero de 2022, deberían ser el centro de atención de la comunidad internacional para evaluar adecuadamente estas atrocidades en curso.

 

55.  La agresión rusa en Ucrania ha obligado al mundo a vivir nuevas experiencias y nuevos traumas similares a los sufridos por la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial. Las terribles consecuencias de esta invasión rusa deben abordarse ahora y tenerse en cuenta a la hora de trabajar para reforzar la arquitectura de seguridad de Ucrania y del mundo. Esta arquitectura de seguridad global y sostenible debe basarse en los principios de una paz justa. Por esto, los esfuerzos de los Estados, de las organizaciones internacionales y de las iglesias cristianas deben dirigirse en esta dirección.

 

Conclusión.

 

56. “Hay un tiempo para lanzar piedras, y un tiempo para recogerlas”, decía el Eclesiastés (3,5), y nuestro tiempo lo confirma. El actual régimen de Rusia se ha propuesto desmantelar la reciente estructura de seguridad internacional, redibujar el mundo y establecer sus propias reglas. Las instituciones y mecanismos internacionales que mantenían este orden se ven ahora impotentes ante la embestida de los destructores de este orden.

 

57.  Todo esto no sólo supuso una sacudida para la comunidad internacional, sino también un desafío para la Iglesia de Cristo. Al fin y al cabo, sus enseñanzas, que, por iniciativa de los demócratas cristianos de Europa, establecieron el paradigma para el desarrollo durante medio siglo de su civilización pacífica, se han adaptado en gran medida a las normas convencionales hasta ahora. Hoy es preciso recordar que el Evangelio no es tanto una colección de postulados a partir de los cuales se construye la doctrina cristiana, sino que es la Palabra de Dios que nos anima a que permanentemente renovemos nuestro espíritu y nos replanteemos las realidades de este mundo.

 

58.  El mismo Eclesiastés nos recuerda: “Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar” (cf. (3, 7). Así pues, hay un tiempo en que la Iglesia habla con voz pastoral, cumpliendo el mandamiento del Señor: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,16-17). Hay un tiempo en que la Iglesia habla con voz de Maestra, instruyendo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” (Mt 28,20). Y hay un tiempo en que la Iglesia debe hablar con su voz profética, dando a los enfermos un rayo de esperanza sobre cómo vencer el mal: “Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque no amaron tanto su vida que temieran la muerte.” (Apocalipsis 12,11). Los cristianos debemos rezar mucho para que la voz profética de la Iglesia de Cristo sea convincente.

 

59. Ucrania se ha convertido en el centro de cambios mundiales y se enfrenta hoy a terribles pruebas. El mal es real: hemos visto su rostro. Las voces de los inocentemente asesinados y de los torturados sin piedad, de los brutalmente violados y de los deportados por la fuerza claman a la conciencia del mundo. Los ucranianos no dudan de la importancia de sopesar sobriamente las amenazas y calibrar cuidadosamente los pasos políticos a dar. Sin embargo, es igualmente importante mantener la capacidad de mirar los acontecimientos actuales a través de los ojos de las víctimas.

 

60.  El mundo no ha sabido detener al tirano de Moscú y advertirle que “el pecado está a tus puertas: ya se ha apoderado de ti, pero tú debes reinar sobre él” (Génesis 4,7). Hoy, cuando se está perpetrando un genocidio online, es el momento oportuno para decirle abiertamente a este tirano que ha traído una maldición del Cielo sobre sí mismo, condenándose a ser vagabundo y errante en la tierra (cf. Génesis 4,12).

 

61.  ¿Cómo deben actuar ahora los cristianos de todo el mundo? En primer lugar, debemos darnos cuenta de que la amenaza actual es de carácter mundial. Debemos afirmar y desarrollar el poder del derecho internacional justo. Es un error creer que esta guerra es un conflicto puramente local entre dos pueblos y que, por tanto, una vez reconciliados, se podrá volver a la comodidad de siempre. Hoy, todos los fundamentos de la civilización humana están amenazados.

 

62. Para lograr sus objetivos imperiales, que odian a los seres humanos, Rusia lleva muchos años utilizando como herramienta la así llamada guerra híbrida que incluye: crear dependencia económica en países individuales, una guerra de información mediante la difusión de falsas propaganda y mentiras, sobornos a jefes de organizaciones internacionales y a políticos, intimidaciones y asesinatos a sus propios ciudadanos disidentes que logran marcharse a otros países, etc. El objetivo de Rusia es provocar amenazas y caos para anexionar los territorios de otros países o si no, ofrecerles su “ayuda” para hacerse con su control. Una política tan insidiosa y destructiva requiere que la comunidad internacional reconozca rápidamente las amenazas globales y una clara valoración moral por parte de la Iglesia.

 

63.  Al lanzar una guerra híbrida contra Ucrania, Rusia ha desafiado de hecho a todo el mundo civilizado. Lo ha agitado tanto, que muchas personas dejaron de distinguir entre la verdad y el engaño y, por tanto, entre el bien y el mal. Ante nuestros ojos, se está produciendo una terrible sustitución: lo que es malo se viste con el ropaje del bien; y lo que es bueno se estampa con el estigma del infierno. En un mundo tan distorsionado, las guerras no se evitarán ni se detendrán. Las vagas declaraciones verbales y el vago lenguaje político serán impotentes, y la neutralidad diplomática sin valores ni directrices claros se convertirá gradualmente en relativismo moral o incluso en debilidad. Y esto ya está impidiendo a muchos políticos del mundo civilizado reconocer las atrocidades de las tropas rusas en Ucrania como genocidio del pueblo ucraniano, porque ello exigiría su intervención. En la actualidad, muchos cristianos pertenecientes a la generación postmoderna del mundo occidental simplemente no ven el genocidio del pueblo ucraniano y no escuchan los gritos de las víctimas, pero para no quedar mal, siguen expresando preocupación y profunda ansiedad.

 

64. Todo esto sólo puede superarse mediante una proclamación clara y nítida de la Verdad del Evangelio. Si la humanidad moderna -la humanidad de la “era de la postverdad”- no reconoce la verdad objetiva, se convertirá gradualmente en un “mundo de la postjusticia”. Si la humanidad no desarrolla y construye la justicia social sobre la base de los principios básicos de la dignidad humana; la inviolabilidad de la vida humana, el bien común y la solidaridad, acabará en sociedades en las que el concepto de derecho será sustituido por el concepto de los intereses de ciertos individuos o de grupos criminales, el derecho del más fuerte prevalecerá sobre el imperio de la ley, la ley no será la misma para todos, y los fundamentos del derecho internacional y la inviolabilidad de la soberanía estatal serán víctimas de los intereses geopolíticos y económicos de las potencias mundiales del momento.

 

65. La Voz de la Verdad eterna del Evangelio, su encarnación en las relaciones sociales e internacionales, tiene su historia propia y única en la tradición de la Iglesia de Kyiv y en nuestra tradición milenaria de construcción del Estado. Esta Verdad y esta Justicia eternas se reflejan a la luz de nuestro templo de Santa Sofía, Sabiduría Divina, matriz inmutable del desarrollo del pueblo ucraniano y de nuestro Estado, y se formulan acertadamente como directriz para las relaciones sociales e internacionales con el lema milenario “¡No dejéis que los poderosos destruyan al hombre!”, de la inmortal obra “Enseñanza a los niños” del príncipe kievita Volodymyr Monomakh (1053-1125). “¡No dejéis que los poderosos destruyan al hombre!” es la llamada de la Iglesia kievita a la conciencia del cristiano moderno y su visión del desarrollo de la doctrina social de la Iglesia sobre la justicia y la paz en el mundo moderno. ¡No dejéis que los poderosos destruyan a un ser humano! es la llamada de la sufrida Ucrania a la comunidad internacional para que proclame los valores objetivos de una construcción social justa y de la cooperación internacional.

 

66.  El justo obispo metropolita, Andrey Sheptytsky, durante la locura de la Segunda Guerra Mundial, pidió en los concilios arquidiocesanos una nueva comprensión de los mandamientos de Dios como forma de encarnar los principios vivificantes de la verdad de la ley de Dios para la construcción de una sociedad justa. Porque sólo restaurando la efectividad legislativa del Decálogo podemos esperar la restauración de la paz de Dios. Sin esto, la próxima amenaza a la que se enfrente la humanidad puede ser la última[29] . Este llamamiento es especialmente relevante en el contexto actual de la agresión rusa.

 

67.  “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre.” (Hebreos 13,8). El Señor quiere que sus discípulos sean como en los comienzos del cristianismo: valientes en su fidelidad a la verdad; que no hagan la vista gorda ante terribles injusticias para obtener beneficios económicos y asegurar su propia tranquilidad. La vida de Jesús -sus enseñanzas y acciones- son un ejemplo y una luz de gracia para que seamos verdaderos seres humanos, que habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios somos portadores del poder pacificador del Espíritu Santo. Debemos por esto dar testimonio de Su gobierno sabio y justo en el mundo. Este ejemplo debe ser tan puro y claro que no puede ser sustituido por ninguna diplomacia o política oportunista que desprecie la dignidad y los derechos de las personas ni de las naciones.

 

La bendición del Señor sea con vosotros.

 

En nombre del Sínodo de los Obispos

Iglesia Greco Católica Ucraniana

en Ucrania

 

 

SVIATOSLAV

 

Escrito en Kyiv,

en la Catedral Patriarcal “De la Resurrección de Cristo”,

el día de la Reposición de nuestro santo padre Constantino, El Filósofo,

en su vida religiosa llamado Cirilo, maestro de los eslavos;

del Santo Reverendo Padre Auxentius;

y de San Marón, ermitaño y taumaturgo,

14 de febrero del año del Señor de 2024

 

[1] Mensaje pastoral “A la juventud ucraniana”, Lviv, 1932.

[2] Cf. Tomás de Aquino, Suma Teológica, 1a 2ae, q. 92, art. 1, ob. 4; q. 105, art. 1; 2a 2ae, q. 50, art. 1, ob. 2;

De reg. princ., lib. 1, cap. 1; lib. 3, cap. 7.

[3] Declaración de los teólogos ortodoxos del mundo sobre el “mundo ruso”, 13 de marzo de 2022.

[4] El concepto de «etnofiletismo» o ethnophyletismos, neologismo formado a partir de los vocablos θνος ─nación─ y φυλή ─tribu, clan─. El término fue acuñado en un gran sínodo panortodoxo que se celebró en Constantinopla en el verano de 1872 y obedecía al siguiente hecho: los búlgaros otomanos se quejaban del predominio griego en el millet de Rum ─la comunidad ortodoxa a la que el Sultán reconocía autonomía para organizarse por sí misma─; la Sublime Puerta, atendiendo sus peticiones, promulgó en mayo de ese mismo año la constitución de un millet separado para los búlgaros y la creación de su propia Iglesia nacional. Esta decisión, adoptada unilateralmente por el Gobierno otomano ─sin el beneplácito del patriarca ecuménico de Constantinopla─ permitía la apertura de parroquias exclusivamente para los búlgaros, no para el resto de cristianos ortodoxos. (Nota del traductor)

[5] Cesaropapismo: Hacer del jefe de estado su máxima autoridad religiosa (Nota del traductor)

[6] Declaración de los teólogos ortodoxos del mundo sobre el “mundo ruso”, 13 de marzo de 2022.

[7] Kiev, 10 de enero de 2024.

[8] punto 78.

[9] punto 2306.

[10] punto 989.

[11] Carta 138, A Marcelino, n. 15.

[12] Cf. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 503.

[13] Sermón de misa, Droheda, 29 de septiembre de 1979, n. 8.

[14] Confrontar “Discurso con motivo del Día de la Paz”, 1 de enero de 1981, párrafo 8.

[15] П. 80.

[16] Mensaje pastoral al clero y a los fieles “Sobre el arrepentimiento y la comunión frecuente”, Lviv, 5 de febrero de 1939.

[17] П. 79.

[18] Cf. artículo 2, apartados 3 y 4.

[19] Cf. art. 5, 1.

[20] Cf. art. 51.

[21] Cf. Encíclica sobre el establecimiento de la paz universal en la verdad, Pacem in terries, 11 de abril de 1963.

[22] Discurso con motivo del Día de la Paz, 1 de enero de 1968.

[23] П. 990.

 

[24] П. 2309.

[25] П. 258.

[26] Confrontar Discurso radiofónico a los fieles con ocasión de la Navidad, 24 de diciembre de 1948.

[27] Cf. Discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, Ciudad del Vaticano, 8 de enero de 2024.

[28] Cf. Discurso del Día de la Paz “Si queréis la paz, trabajad por la justicia”, 1 de enero de 1972.

[29] Véanse las Actas y Resoluciones de los Consejos Arquidiocesanos de Lviv de 1940-1943 bajo la dirección del Metropolitano Andrey Sheptytsky, Winnipeg, 1984.

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