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La Gloriosa Solemnidad De La Resurrección

Publicado el 01-04-2024

“Cristo resucitó de entre los muertos,

con su muerte la muerte venció,

y a los de los tumbas,

la vida les dio."

(Tropario de la Resurrección).

 

De todas las grandes solemnidades del Año Eclesiástico, la más antigua, célebre y alegre es la luz resplandeciente de la Resurrección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. “Este día anunciado y santo,* el primero después del sábado,* real y divino,* fiesta de fiestas, solemnidad de solemnidades,* en este día glorifiquemos a Cristo por siempre” (Matutino de la Resurrección, canto 8).

Los santos Padres de la Iglesia destacan, de modo particular, el significado y la majestuosidad de esta solemnidad. “Pascua (Resurrección) para nosotros”, dice San Gregorio Nacianceno en uno de sus sermones pascuales, “es la solemnidad de las solemnidades, que supera a todas las demás, no sólo las civiles, sino también las solemnidades cristianas, celebradas en honor a nuestro Señor, así como el sol se destaca entre las estrellas".  San Juan Crisóstomo, en uno de sus sermones sobre la Resurrección, exalta esta solemnidad con estas palabras: “¿Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?, ¿dónde está tu victoria?, Cristo resucitó y fuiste aniquilada. Cristo resucitó, y fueron arrojados los demonios, Cristo resucitó y los ángeles se regocijaron, Cristo resucitó y reinó la Vida. Cristo resucitó, y los sepulcros se vaciaron de sus muertos, fue el Primogénito de entre los muertos, a Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos”.

Por lo tanto, durante el glorioso y alegre día de la Resurrección (Pascua) la Iglesia convoca al cielo y a la tierra a unirse en este gozo santo y divino: “Que los cielos se regocijen, que se alegre la tierra,* que celebre todo el mundo visible e invisible,* porque Cristo resucitó, alegría eterna” (Matutino de la Resurrección, primer canto).

Para comprender mejor la majestuosidad y el espíritu de la Solemnidad de la Resurrección, consideraremos su historia, oficios litúrgico y su importancia para nosotros.

La historia de la Solemnidad de la Resurrección

La Solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor en nuestros libros litúrgicos recibe los siguientes títulos: “El Santo y Grande Domingo de Pascua”, “El Domingo de la Santa Pascua” o simplemente “El Día Santo de la Pascua de Resurrección". En la IGCU el Dia de la Resurrección aun recibe el nombre de “El Grande Día”, ya que es verdaderamente grande el acontecimiento que se conmemora, por su importancia y la gran alegría que trae.

La palabra “Pascua” procede de la palabra hebrea pesach, que significa pasaje.  Aquí ella se refiere al ángel de Dios que, por causa del Faraón que no quería liberar a los israelitas, durante la noche aniquiló al primogénito de los egipcios, pasando (en hebraico Pesaj) por las casas de los israelitas, cuyas puertas fueron rociadas con sangre de un cordero de un año. Para los judíos, la palabra Pascua también significa el cordero, que ellos sacrificaban en la solemnidad de la Pascua (Pasaje). Más tarde este nombre pasó a designar el día o solemnidad de la Pascua, cuando se conmemoraba la liberación de los judíos de la esclavitud egipcia.

Para los apóstoles y primeros cristianos, la Pascua se convirtió en el símbolo de otro pasaje, a saber, el doble pasaje de Jesucristo: primero de la vida a la muerte y luego de la muerte a la vida. La primera pasaje forma el fundamento de la Pascua de la Crucifixión, y la segunda para la alegre Pascua de la Resurrección. Los apóstoles y los primeros cristianos celebraban la Pascua cristiana junto con los judíos, pero no como un día de alegría. Era un día triste y ligado al ayuno, porque en este día recordaban la muerte de Cristo.

Para los cristianos, el cordero pascual de los judíos prefiguraba a Jesucristo quien, como cordero inocente, se ofreció a sí mismo en sacrificio por los pecados del mundo. Es por esto que, en los oficios de la resurrección, denominamos a Cristo como el cordero pascual o simplemente Pascua. “Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Corintios 5, 7).

En el siglo II, mientras aún se observaba la dolorosa Pascua de la Crucifixión, ya se iniciaba la práctica de celebrar la Pascua alegre en honor de la Resurrección de Cristo. Esta Pascua se celebraba el domingo después de la Pascua judía (pasaje). En relación con esta doble celebración de la Pascua de la Crucifixión y Pascua de la Resurrección, se desató una larga e implacable controversia desarrollada sobre el día en que debe celebrarse la Pascua. Esta disputa surgió debido al cambio de visión sobre el carácter de la Pascua de Resurrección. Primero, los cristianos concebían la Pascua como un día de sufrimiento y ayuno en memoria de la muerte de Cristo, pero poco a poco desarrollaron el deseo de combinar esta tristeza con la alegre celebración de la gloriosa Resurrección de Cristo. Esta alegre festividad non armonizaba, por supuesto, con una actitud de sufrimiento, así como la práctica del ayuno penitencial. La Iglesia, en su totalidad, comenzó a celebrar la Pascua de la Resurrección de Cristo en el domingo, pero ciertas comunidades cristianas, especialmente en Asia Menor, se adhirieron obstinadamente a celebrar la Pascua con los judíos, en el décimo cuarto  día catorce de Nisán, que es el día del primera luna llena de primavera. Estos grupos cristianos fueron llamados de cuartodecimani (de la palabra latina que significa decimocuarto), es decir, los cuartodecimanistas, a partir del día 14 de Nissan.

El Concilio de Nicea (325) finalmente puso fin a estas largas y amargas disputas decretando que todos los cristianos deberían celebrar la solemnidad de Pascua en el mismo día, es decir, el domingo siguiente a la primera luna llena del equinoccio de primavera de 21 de marzo, y no según la costumbre judía.

Durante el transcurso de los siglos IV y V, la celebración de la Pascua fue ampliada de un día a una semana entera, llamada la Semana Luminosa, a diferencia de la semana anterior de la Pascua, que era llamada “Gran Semana” o “Semana de la Pasión”.

Un conjunto de leyes eclesiásticas titulada de “Constituciones Apostólicas, que fueron establecidos por escrito en Siria alrededor del año 380 d.C., pero que supuestamente, desde la Era Apostólica, ofrece la siguiente información a respeto de la  “Semana de la Luz”: “Que los esclavos descansen de sus trabajos durante toda la Semana de Pasión y la siguiente – una en memoria de la pasión y la otra en memoria de la resurrección; hay necesidad de instruir a todos acerca de quién sufrió y resucitó, y quién es Aquel que le permitió sufrir y resucitar” (Contitucion Apostolica, VIII, 33).

El emperador Teodosio, el Grande (†  395), prohibió la realización de procedimientos judiciales durante la Semana Luminosa, mientras que el emperador Teodosio, el Joven (†  450) impidió todas las representaciones teatrales y circos en el periodo. En Jerusalén, los días más solemnes fueron los tres primeros días de Pascua, que la Iglesia Oriental observa hasta el día de hoy.

En cuanto a la forma de celebrar la Semana Luminosa, el VI Concilio Ecuménico (691) decretó: “Desde el día santo de la Resurrección de Cristo, nuestro Dios, hasta el Nuevo Domingo (es decir, el Domingo de Santo Tomás), los fieles deben permanecer en un tiempo de descanso, asistiendo a la Iglesia y participando del canto de salmos e himnos espirituales, regocijándose en Cristo y escuchando atentamente la lectura de las Sagradas Escrituras, porque de esta manera seremos resucitados con Cristo y con Él seremos glorificados. Por esto,  durante estos días están prohibidas las carreras de caballos y otros espectáculos públicos” (VI Concilio Ecumenico, can. 66).

Matutino de la Resurrección

De todos los oficios en honor de la solemnidad de la Resurrección de Nuestro Señor, el Matutino de la Resurrección requieren nuestra especial atención. Éste Oficio litúrgico es el gran himno de gloria en honor de Cristo, el Vencedor. Compuesto por el gran teólogo de la Iglesia Oriental y gran maestro de elocuencia, San Juan Damasceno (c. 676-749), se fundamenta en los sermones de Pascua de los Padres de la Iglesia - Gregorio Nacianceno, Gregorio

de Nisa y Juan Crisóstomo. El contenido del oficio de la resurrección es profundamente dogmático, su forma altamente poética, su melodía es alegre y victoriosa.

El tropario de la Resurrección “Cristo resucitó de entre los muertos...”, cantado tantas veces durante el tiempo pascual, abarca todo el contenido, la esencia y el significado de la solemnidad. El canon es el centro del Matutino de la Resurrección. En todas las estrofas del canon, Cristo se revela a nosotros como el Mesías prometido, como Dios en majestad y poder, como Salvador y Redentor y vencedor de la muerte, del Hades y del pecado. En términos de forma, el Matutino de Pascua es poesía en su máxima expresión, y son únicos en la literatura eclesiástica de la Iglesia Oriental. Aquí encontramos una gran riqueza de bellas formas poéticas, imágenes, comparaciones y símbolos.

La melodía triunfal, propia de un ambiente santo, sobrenatural y eterno impregna el contenido profundo y las formas poéticas de todo el Oficio. Aquí experimentamos la plenitud del gozo de la Resurrección de Cristo, que san Gregorio Nacianceno expresa en uno de sus Sermones de Pascua: “Ayer fui crucificado con Cristo, hoy soy glorificado con Él. Ayer morí con Él, hoy vivo con Él. Ayer fui sepultado con Él, hoy resucito con Él”. Toda la creación comprte la victoria de Cristo: cielos, tierra, el Hades… Todo nos llama a alegrarnos. Esta alegría celestial envuelve toda la persona y todos sus sentimientos.

El gozo de la Resurrección alcanza su punto máximo en las estrofas de la Resurrección. Forman un poderoso himno de alegría en honor a Cristo resucitado - la Pascua de la Nueva Alianza. Esta alegría se transmite a todos y abraza todo, incluso nuestros enemigos. “Día de resurrección”, decimos cantando en el ultimo verso,  “iluminémonos con la fiesta y abracémonos mutuamente y digamos hermanos, y a los que nos odian, perdonemos todo con la resurrección y así todos juntos cantemos: Cristo resucitó de entre los muertos, con su muerte la muerte venció, y a los de las tumbas la vida les dio.

La importancia de la Resurrección

La Resurrección de Cristo es la prueba indiscutible de su divinidad. Cuando los fariseos y los escribas pidieron a Cristo una señal que probara que él es el Hijo de Dios, les respondió diciendo que no recibirían otra señal más allá de la del profeta Jonás: “Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches” (Mateo, 12, 40). Y así sucedió. Al tercer día de Su muerte, tuvo lugar la gloriosa resurrección de Cristo.

La resurrección es el fundamento de nuestra fe. Qué sentido tenían las enseñanzas de Cristo sin la resurrección, que a menudo Él predicaba, se la resurrección no hubiese ocurrido. Los apóstoles, cuando anunciaban el Evangelio, a menudo apelan a la resurrección como el argumento más convincente que prueba la veracidad de la doctrina de Cristo: “Y si Cristo no resucitó, dice san Pablo, es vana nuestra predicación y vana también la fe de ustedes… Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (1 Corintios 15, 14-20). Por esta razón, la autenticidad de la resurrección y la religión cristiana son inseparables.

La resurrección de Cristo, finalmente, es la promesa segura de nuestra propia resurrección a una vida eterna feliz. Al igual que Cristo resucitó, así también nosotros un día seremos resucitados a una nueva y gloriosa vida eterna. El mismo Cristo nos lo aseguró cuando dijo: “Se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio... Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día” (Juan 5, 28-29; 6, 40).

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