Domingos del Año Litúrgico

El Tiempo Del Santo Pentecostés

Publicado el 07-04-2024

Al cuadragésimo día después de Su gloriosa resurrección, Jesucristo ascendió al cielo, y al quincuagésimo día envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles. Por este motivo, el período de 50 días desde la Pascua hasta el Envío del Espíritu Santo se llama el Tiempo de Pentecostés. La solemnidad del envío del Espíritu Santo tiene también este nombre: Pentecostés.

Las grandes solemnidades generalmente se celebran durante varios días después de la fiesta. Esta continuación de la celebración se llama pos-fiesta. La Pascua, la más destacada y solemne de todas solemnidades, tiene el período pos-fiesta más largo; dura hasta la solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor. Durante este período los oficios litúrgicos comienzan y terminan con el himno de la Resurrección: “Cristo resucitó de entre los muertos, con su muerte la muerte venció, y a los de las tumbas, la vida les dio." Los domingos del Tiempo de Pentecostés reciben el nombre correspondiente al tema evangélico del día. Los temas de los Evangelios, bien como los oficios litúrgicos de estos domingos, tienen como finalidad la glorificación del Cristo resucitado y el fortalecimiento de nuestra fe en su divinidad. Durante el tiempo de Pentecostés celebramos tres solemnidades que merecen nuestra atención especial: 1) Domingo de Santo Tomás; 2) Mediados de Pentecostés (es decir, la mitad del Tiempo de Pentecostés); 3) la Ascensión de nuestro Señor.

Domingo de Santo Tomás

El domingo siguiente a la Pascua de Resurrección también recibe los siguientes nombres:

a) Domingo de Santo Tomás: el Evangelio del día relata el encuentro del apóstol Tomas con el Cristo resucitado;

b) Domingo Anti-Pascua: anti-Pascua es una palabra griega que significa en lugar de, o sea de la Pascua, ya que, para los cristianos, el domingo es la repetición de la solemnidad de la Resurrección (Pascua). En el Diario escrito por Sílvia Egéria (siglo IV) leemos que al octavo día después de la Resurrección de Cristo había celebraciones especiales en Jerusalén y que, en este día, el Evangelio relata la conversión de Santo Tomás;

c) el Domingo Nuevo o Domingo de Renovación: era el primer domingo después de la Resurrección que la Pascua era celebrada, mejor diciendo, renovada. En este día, con su aparición a los apóstoles, Cristo renovó en ellos la alegría de la Resurrección. “En este día”, dice el Sinaxarion, “el primer domingo después la Resurrección, celebramos la renovación de la resurrección de Cristo y tocamos sus llagas a través del apóstol Santo Tomás”;

d) Domingo Blanco: en la antigüedad los neófitos o recién bautizados, habiendo recibido el Sacramento del Bautismo en el Sábado Santo, vestían una túnica blanca durante toda la Semana Luminosa y en el domingo de Santo Tomás, durante una ceremonia especial, dejaban de lado esta vestidura. Hasta hoy la Iglesia Latina llama a este día el Domingo Blanco.

e) El Domingo Mayor o Primer Domingo después de Pascua: algunos autores calculan que este nombre proviene de que este es el domingo principal, es decir, el primer domingo que continúa la solemnidad de la Pascua. Entre el pueblo ucraniano existía la costumbre de, en este domingo, rezar por los muertos en el cementerio y compartir la comida en conmemoración de los muertos.

La celebración del octavo día después de Pascua como conclusión de la Semana Luminosa, desde los primeros tiempos fue considerada como una ceremonia separada. Los temas de los oficios litúrgicos de esta solemnidad y de la semana siguiente, es la cena del Evangelio que describe la aparición de Cristo a los apóstoles en el octavo día después de Su Resurrección y la conmovedora escena de la conversión y profesión de fe de Santo Tomás. Respecto a la importancia de esta solemnidad, san Gregorio Nacianceno (†  389), en una homilía en el domingo de Santo Tomás, dijo, “La ley antigua, que fue establecida con buen propósito, honra el día de la renovación, o mejor, con el día de la renovación se puede conseguir nuevas bendiciones. Por acaso, el primer día, después de la noche santa y gloriosa, ¿no fue también un día de renovación? ¿Por qué entonces damos este nombre a la solemnidad de hoy? Aquel día (es decir, el de la Resurrección) fue el día de salvación, mientras que este día es la celebración de la salvación. Por su propia naturaleza, aquel día separa la sepultura y la resurrección, mientras que este día vuelve a ser el día de un nuevo nacimiento... Hoy celebramos la genuina renovación, pasando de la muerte a la vida. Por tanto, resistan al hombre viejo y renuévense y vivan una vida nueva".

La IGCU celebra la memoria del apóstol Santo Tomás el día 6 de octubre, mientras que la Iglesia de Rito Latino la celebra el 21 de diciembre. Acerca del trabajo apostólico de Santo Tomás, en una homilía pronunciada en el domingo de Santo Tomás, San Juan Crisóstomo así lo alaba: “De todos los demás apóstoles él fue el más débil en la fe, pero, con la gracia de Dios, se volvió más valiente y continuo que los otros. Él viajó por casi todo el mundo conocido, anunciando la palabra de Dios con valentía a naciones que eran agresivas, salvajes y sanguinarias”.

Se cree que Santo Tomás murió como mártir de la fe cristiana en la India.

Mediados de Pentecostés

El miércoles siguiente al Domingo del Paralítico, que cae exactamente en la mitad del Tiempo de Pentecostés, el período entre la Pascua (Resurrección) y la solemnidad del envío del Espíritu Santo, la Iglesia Oriental celebra la Intersolemnidad (Mediados de Pentecostés) que significa el medio del tiempo entre la Solemnidad de Pascua y la Solemnidad de Pentecostés. El Synaxarion de este día explica el motivo de la institución de esta solemnidad: “El miércoles después del Domingo del Paralítico celebramos la Intersolemnidad de Pentecostés (Mediados de Pentecostés) para expresar la grandiosidad de las dos grandes solemnidades: Pascua y Pentecostés. La Intersolemnidad (Mediados de Pentecostés) tiene una post-fiesta de ocho días, hasta el miércoles después del Domingo de la Samaritana.

El motivo de esta solemnidad se fundamenta en el Evangelio de San Juan en el que está escrito: “Promediaba ya la celebración de la fiesta, cuando Jesús subió al Templo y comenzó a enseñar” (Juan 7, 14). Allí Jesús habló de su misión divina: “Mi enseñanza no es mía sino de aquel que me envió… El último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: "De su seno brotarán manantiales de agua viva". Él se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado” (Juan 7, 16; 37-39).

Los oficios litúrgicos de la solemnidad de la Intersolemnidad de Pentecostés (Mediados de Pentecostés) fue compuesta por Anatolio, patriarca de Constantinopla († 458), san Andrés de Creta († 740), San Juan Damasceno († 749) y San Teófanes, el Confesor († 817).

La Intersolemnidad de Pentecostés (Mediados de Pentecostés) tiene como objetivo fortalecer nuestra fe en Cristo resucitado, para inspirarnos a observar los mandamientos de Dios y nos predispone para la solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor y el Envío del Espíritu Santo (Pentecostés). En el Matutino de este día, en las estrofas de alabanza, cantamos: “Hermanos, oh hermanos, iluminados por la resurrección de Cristo Salvador, ya en la mitad de la solemnidad del Señor, observemos sinceramente los mandamientos de Dios, para ser dignos de festejar la Ascensión y obtener la venida del Espíritu Santo”.

La Ascensión de Nuestro Señor

La solemnidad de la Ascensión del Señor siempre cae en el jueves al cuadragésimo día después de la resurrección de Cristo. Esta es una de las principales solemnidades dedicadas a Nuestro Señor y, por tanto, tiene un carácter de post-fiesta de nueve días. La memoria de la Ascensión de Cristo a los cielos resalta su importancia para Cristo y para nosotros. San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías en el día de la Ascensión dice: “Hoy el género humano es completamente reconciliado con Dios. La antigua batalla y enemistad desapareció. Nosotros, que éramos indignos de vivir incluso en la tierra, somos ahora elevados a los cielos. Hoy nos convertimos en herederos del reino de los cielos, nosotros, que no merecíamos ni siquiera la tierra, ascendimos a los cielos y heredamos el trono del Rey y Señor. La naturaleza humana, contra la cual los querubines protegieron el paraíso, ahora se elevan por encima de todos los querubines”.

Las fuentes de los tres primeros siglos no hablan de esta solemnidad. Ni incluso Orígenes († 251) la menciona, aunque enumera las solemnidades cristianas en el libro octavo, de su obra Contra Celso. Los especialistas litúrgicos son de opinión de que en los tres primeros siglos la celebración de esta solemnidad era combinada con la solemnidad del Envío del Espíritu Santo (Pentecostés). Sílvia Egéria no llama a esta solemnidad “Ascensión”, sino sólo “el cuadragésimo día después de la resurrección de Cristo”.

En el siglo IV la solemnidad de la Ascensión del Señor se convirtió en una solemnidad universal, celebrada en todas partes. El historiador Sócrates († c. 440) lo llama “solemnidad general” (SOCRATES, Historia de la Iglesia, 7, 26)

La solemnidad de la Ascensión fue muy exaltada en los sermones de San Juan Crisóstomo, San Gregorio de Nisa, San Epifanio de Salamina, León, el Grande y otros. En el siglo IV, la reina Elena erigió una Iglesia en el lugar donde aconteció la Ascensión de Cristo en honor de esta solemnidad.

El espíritu de los oficios litúrgicos de esta solemnidad, en su conjunto, es muy edificante y alegre. La Iglesia se regocija con la gloria de Cristo (Dios y Hombre), que ahora está sentado a la diestra del Padre. Él ascendió al cielo para enviarnos el Paráclito - el Espíritu Santo - y “prepararnos un lugar” (Juan 14, 2), como Él nos prometió.

“El Señor ascendió a los cielos” – cantamos en el primer verso del oficio de las Vísperas Solemnes de la Ascensión - “para enviar al mundo al Consolador. El cielo le preparó un trono sobre las nubes; los ángeles se estremecieron viendo a un hombre con mayor dignidad que ellos, el Padre espera, teniéndolo en su seno siempre presente. El Espíritu Santo ordena a todos sus ángeles: príncipes, eleven las puertas. Todas las naciones batan las manos, porque Cristo sube donde estuvo primero”.

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