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Creo En La Resurrección… Creo En La Via Eterna…

Publicado el 07-04-2024

Durante todo el tiempo pascual, del domingo de Pascua hasta la Ascensión del Señor, siempre repetimos el tropario: Cristo resucitó de entre los muertos, con su muerte venció la muerte y a los que partirán de esta vida a la eternidad, les donó la vida eterna… Y más: nos saludamos afirmando uno a otro: Cristo ha resucitado… Sí, verdaderamente ha resucitado. Repetimos estas palabras y gestos año tras año. ¿Creemos que el Señor resucitó y nos ha dado la vida eterna? ¿Qué es esta vida eterna que nos es dada y es totalmente nuestra?

Los apóstoles, todos reunidos, meditando en los acontecimientos del viernes santo, sorprendidos con la noticia de las mujeres, convencidos de lo que les habían confirmado los apóstoles Pedro y Juan, estaban, en aquel primer día de la semana, el domingo para nosotros, todos reunidos, pensando en las actitudes que deberían tomar. Todos fueron sorprendidos por el propio Cristo resucitado: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes»

La alegría y la confianza tomó espacio de los corazones entristecidos de los apóstoles. Tomas no estaba presente. El propio Cristo tuvo que confirmar su fe en la resurrección. Ocho días después de Pascua, estando nuevamente los apóstoles reunidos y Tomas con ellos, el Señor se presenta y en presencia de todos, hace la advertencia a Tomas: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». La respuesta de Tomas es el acto de fe, que cada uno debe siempre repetir: «¡Señor mío y Dios mío! Y Jesús sorprende a todos porque quiere que cada uno confirme la fe en el resucitado, en la vida eterna: ¡Felices los que creen sin haber visto!».

Y a nosotros, que confirmamos nuestra fe en la resurrección y vida eterna, sólo nos queda aceptar este regalo de la bondad de Dios y vivirlo. Si no hacemos esto, entonces probablemente la razón principal es que estamos demasiado preocupados con nuestros asuntos terrenales, problemas, deseos, búsquedas, logros... Que ignoramos por completo que tenemos el don más importante que nos espera: vida eterna. Actuamos como el incrédulo apóstol Tomas…

La vida eterna no es sólo el momento que viene después de la muerte. Cada momento de la vida, y especialmente la oración particular y comunitaria, la lectura del Evangelio, la reunión con los hermanos es nuestro encuentro con Dios; cada participación en la Eucaristía, la Comunión, es el comienzo de la vida eterna, el comienzo del Reino de Dios. Y nuestro problema es que no nos damos cuenta. Cuando nos demos cuenta de eso, adquiriremos la capacidad de ser partícipes del Reino de Dios no sólo en la oración o en los sacramentos de la Iglesia: seremos partícipes de esta vida eterna, en cada momento de nuestras vidas. Si aprendemos a encontrarnos con Dios, paso a paso nos hacemos partícipes de la eternidad que espera a todos y que Dios nos ha regalado. Que el Señor Jesús, resucitad y vivo, presente entre todos, nos anime, a través del ejemplo de los apóstoles, a continuar a repetir nuestro acto de fe en la resurrección y vida eterna, cantando: “Cristo resucitó de entre los muertos, con su muerte la muerte venció y a los de las tumbas, la vida les dio”.

 

+ Daniel

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